Con el nombre de cultos Cargo se conoce a un conjunto de movimientos religiosos poco ortodoxos que aparecieron entre varias tribus de Australia y Melanesia tras su contacto con el mundo occidental, este es el caso del Movimiento del Dios Frumm.
Este movimiento está a cargo de la tribu de los Yaojnanen, en Vanuatu. Se trata de un archipiélago de origen volcánico situado en el océano Pacífico, entre Australia, Nueva Caledonia, las Islas Fidji y las Salomón.
Ellos creen que es un ser divino, el hijo pálido de un espíritu de la montaña y hermano de John Frum, un militar de la Segunda Guerra Mundial que, junto a otros, estableció allí una base de operaciones. Nadie sabe muy bien quién fue John Frum, de hecho ni si quiera se puede asegurar que ese era su nombre real o si fue lo que entendieron los nativos de la isla, pero sus fieles seguidores saben que algún día volverá cargado de regalos y provisiones. De hecho se cree que el nombre John Frum se atribuye a la expresión en inglés usada para presentarse: “John, from [America]…”
A pesar de que no hay registro de nadie con ese nombre, la leyenda es bastante precisa en su descripción: un hombre de poca estatura, con el pelo blanco, un tono de voz alto y que vestía un abrigo con botones brillantes que un día regresará cargado de maravillosos regalos y fortuna.
Fue precisamente durante la Segunda Guerra Mundial que los lugareños tuvieron contacto, por primera vez, con los soldados norteamericanos a quienes percibieron como deidades, seres supremos que transportaban toda clase de objetos tecnológicamente avanzados. Por lo que cuenta la historia, uno de estos soldados compartió parte del material que traía el ejército a los ni-Vanuatu y, cuando se marchó, prometió que regresaría a la isla con más regalos.
Cada viernes se reúnen, en un pequeño pueblo a los pies del monte Yasur, unos 6 mil fieles liderados por un jefe local llamado Isak, quien ha explicado que se trata de un movimiento espiritual y cultural que brotó, en parte, como reacción contra la opresión moralista que sufrían sus costumbres.
Samantha Aguilar