A lo largo de la historia han existido personas que, gracias a su valor o forma de actuar, han conseguido sobrevivir al paso del tiempo, uno de ellos es Tzilacatzin, un guerrero otomí que durante la Conquista defendió a su pueblo hasta el último momento. La grandeza de este guerrero quedó registrada en el Códice Florentino y después recuperada por Miguel León Portilla a través de su libro Visión de los vencidos.
Se cuenta que cuando los españoles atacaron Tlatelolco este capitán, de origen otomí, quien era temido entre los aztecas por su fuerza e invencible destreza en el uso de armas, apareció con su inseparable garrote con el que golpeaba los cráneos, los vientres y las extremidades de los enemigos logrando que éstos huyeran despavoridos. Se dice que era capaz de pelear contra 3 españoles al mismo tiempo y asesinarlos de manera hábil y feroz.
No fue ni la primera ni la última vez que el feroz Tzilacatzin logró un repliegue de las tropas españolas, su deseo era lograr que tanto la gloriosa Tenochtitlán como sus zonas aledañas se mantuvieran libres del asedio español.
Y aunque los españoles iniciaron una persecución en su contra, Tzilacatzin logró ocultarse por medio de diversos disfraces aunque es importante mencionar que no lo hacía por cobardía sino para tomar por sorpresa a sus enemigos y así continuar dándoles muerte. Se cuenta que incluso pidió un enfrentamiento, mano a mano, directo contra el mismísimo Cortés; por supuesto, el capitán jamás aceptó el reto.
Muchas fueron las batallas que libró este imponente guerrero y aunque al final los españoles ganaron, sin lugar a dudas Tzilacatzin jugó un papel fundamental en la defensa de la gran Tenochtitlán quien no sólo acabó en varias ocasiones con el orgullo español sino que además nunca fue vencido ya que se desconoce cuál fue su destino final.
Samantha Aguilar
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