Cada 4 años, se añade un día más al mes de
febrero con la finalidad de equilibrar el año solar con el cronológico debido a
que la
Tierra tarda 365 días 5 horas y 56 minutos en darle la vuelta al Sol.
En el año 46 A.C., Julio César estableció el calendario juliano elaborado por el astrónomo griego Sosígenes de Alejandría, que
incorporaba los primeros años
bisiestos de la historia. Este calendario estaba basado en el calendario
egipcio y a diferencia del anterior, éste toma como inicio del año el 1 de
enero en lugar del 1 de marzo; el día extra se agregó al mes de febrero por dos
razones: por ser el más corto y porque para ese entonces, éste era el último
mes del año.
En 1582, el papa Gregorio XIII instituyó el calendario gregoriano, el cual
era parecido al juliano, pero éste le añadió algo más a los años bisiestos: los
años que marcan los siglos sólo son bisiestos si son divisibles por 400. Por lo
tanto, los años 1700, 1800 y 1900 no fueron bisiestos y el 2000 sí lo fue. Con este calendario aún
queda un pequeño error, el cual será de 3 días cada 10.000 años. Este
calendario es el que se utiliza actualmente en todas las naciones cristinas.
Alrededor del año 200 D.C.
un monje turco llamado Dionisio “El
Pequeño”, fue quien se dio cuenta del
error en el calendario juliano y las consecuencias que traería el no
corregirlo: el solsticio de verano y el de invierno estarían intercambiándose
cada 500 o 600 años; es decir, que el solsticio de verano podría ocurrir en el
de invierno y viceversa, también las fechas de los equinoccios cambiarían.
Sin embargo, pese a los
esfuerzos para sincronizar nuestro calendario con el ciclo del Sol, actualmente
el año solar es 26 segundos más corto que la duración de un año en el
calendario gregoriano.
Samantha Aguilar
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