Cuenta
la leyenda que el oráculo de Delfos le reveló a Sócrates una de las ideas más influyentes de la filosofía
occidental…
Ubicado
en el santuario de Delfos en el templo de Apolo al pie del monte Parnaso, en
Grecia, el oráculo de Delfos era uno de los centros religiosos más importantes
del mundo helénico.
Para
consultarlo, las personas tenían que llegar con ofrendas a Apolo (Dios de la luz y el sol, la verdad y la profecía, la
medicina y la curación, la música, la poesía y las artes), específicamente con una
tarta hecha con miel y sacrificar una cabra, la cual se quemaba en una hoguera
rociándola con agua; si al hacerlo el cadáver temblaba, era señal de que el
Dios accedía a hablar.
Cabe
mencionar que el oráculo estaba a cargo de la Pitia, mejor conocida como Pitonisa,
quien era quien entraba en contacto con el Dios y el Profeta quien interpretaba las palabras.
La
elección de la pitonisa se hacía sin ningún tipo de distinción sólo se pedía
que tanto la vida como las costumbres de las candidatas fueran irreprochables.
Una vez seleccionada, el nombramiento era para toda la vida y ella tendría que
vivir en el santuario. Se sabe que en
ocasiones, hubo en el oráculo hasta 3 pitonisas para poder atender a todos los
visitantes. Se dice que Sibila fue
la primera pitia del oráculo de Delfos por lo que su nombre comenzó a
utilizarse como nominativo de esta profesión.
La Sibila de Delfos
de Miguel Angel en la Capilla Sixtina
Hasta
el momento, no se ha encontrado ningún tipo de descripción sobre el momento
cuando la pitonisa entraba en trance y comenzaba a hablar con el Dios por lo
que hablar de ello serían puras especulaciones; sin embargo, en su momento, Plutarco le atribuyó el poder de las
pitonisas al vapor que proviene del subsuelo.
A
pesar de esta incertidumbre, lo que sí sabemos es que las profecías del oráculo
tuvieron un papel fundamental tanto en el mundo helénico como en la historia en
general ya que la consulta a Apolo
se volvió imprescindible ya fuera para comenzar una empresa comercial, fundar
una colonia o iniciar una guerra.
Samantha Aguilar
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